En los últimos días he sido más consciente de cuanto les preocupa a un importante sector del cristianismo que las iglesias sean alimentadas de la Palabra de Dios y que el evangelio sea proclamado en toda su esencia. Sin duda, reconozco que es una preocupación legítima y no falta motivos para ella. Muchos reclaman la necesidad de que los predicadores sean bien formados teologicamente, de que la predicación expositiva sea tenida en cuenta y que se cuide mucho la invitación a tomar un púlpito como claves para la vitalidad de una iglesia que padece de anemia. Los consejos anteriores pueden ser de ayuda, pero a menudo no tienen en cuenta que nuestra eclesiología moderna es cuestionable. Nuestra Herencia La manera en la que se vive hoy la comunidad cristiana se aleja mucho del modelo Nuevo Testamentario. Una reunión donde una primera parte la ocupa un grupo de alabanza y la segunda parte la ocupa un predicador, forma parte de una tradición desconocida para los cristianos pr...